lunes, 6 de junio de 2016

El valor de una vida sin mentir.

El valor de una vida sin mentir.

Vivimos en una sociedad muy exigente, y debemos mostrarnos a los demás para ser incluidos. 

Desde siempre el ser humano ha usado las máscaras. De donde surgió esta mala costumbre?  Perdón, dije costumbre?  Si, porque son vicios aprendidos por acciones repetitivas, lo que quiere decir que podemos deshacernos de ellos cuando tomemos la decisión de hacerlo; no son parte del ser. Usamos máscaras para ocultar defectos, debilidades o limitaciones, para aparentar  lo que queremos y obtener mediante engaño. Entonces, podría concluir que usar máscaras es igual a MENTIR, para conquistar lo que quiero, satisfacerme a mí mismo, ocultar lo que no quiero que vean.

Revisando la historia de la humanidad, encontramos que Lucifer era un querubín protector, el ángel de luz, el sello de la perfección, lleno de sabiduría, encargado en el cielo de la alabanza y adoración a Dios, de guardar el propiciatorio, el lugar más santo de Dios, pertenecía al círculo más cercano a Dios, y conoció a Dios mejor que nadie, y tenía bajo su liderazgo a toda la corte celestial de millones de millones de ángeles, pero su importante contratación le llevó a tener pensamientos de rebelión en su corazón, la sed de poder le encegueció, y su ego se llenó de celos y envidia, quiso hacerse igual a Dios para recibir la gloria en Su lugar, y con artimañas logró hacer dudar y convencer a la tercera parte de los ángeles del cielo que servían a Dios, para que le sirvieran a él, y la creación del cielo fue contaminada por la rebelión, y por esa razón fue expulsado del reino celestial con su innumerable corte de espíritus rebeldes hacedores del mal que le juraron fidelidad (para corroborar léase Ezequiel 28:12-19) convirtiéndose así en enemigos de Dios con la intención de coronarse en un trono paralelo, al lado del Altísimo (léase Isaías 14:13-14). 

Posteriormente vinieron a parar a la tierra, a engañar, a conquistar a los hijos de Dios, su creación, la hechura suya imagen de Su gloria (léase Efesios 2:10), su mas precioso tesoro, para derrocar a Dios. Pero esos ángeles, seres incorpóreos requerían materializarse en un cuerpo para expresar sus sentimientos y malsanos deseos, y Satanás eligió hacerlo a través de la serpiente y engañó a nuestros primeros padres, logró instaurar la duda en el corazón de ellos, poniendo en tela de juicio el mandamiento que Dios les había dado, haciéndoles creer que Dios les había mentido, y trató a Dios de mentiroso, egoísta y envidioso,  y así se apoderó del reino que les había sido entregado para administrar y gobernar y las consecuencias de su desobediencia las heredamos nosotros. Por naturaleza somos esclavos de hacer lo malo. Esa es la manera como se comporta el diablo hoy con usted, conmigo y con todo el mundo, con una máscara  de aparente bondad, agradable a los ojos, llevándonos a escuchar lo que queremos escuchar, logrando que Dios y Su palabra se adapten a nosotros, y no nosotros a ella, aumentando nuestra codicia, tratando de desconectarnos de la Palabra dada por Dios para que tengamos visualización incorrecta de Dios, hasta que logra doblegar nuestra voluntad, y después de eso… nuestra separación de Dios, como el hijo pródigo. Nótese que el hijo pródigo se separa de su Padre habiéndolo conocido, fue criado por El, es decir, como en su condición y la mía hoy, no la anterior, cuando nadie nos había hablado correctamente de Dios.

Estos espíritus de mentira, el ejercito del maldad, operan hoy a través de las personas desobedientes que viven a nuestro alrededor, se materializan y los usan como instrumentos de maldad así como usó al diablo a la serpiente para engañar a Eva, como lo que éramos antes de ser llamados, presentándole a los que quieren acercarse a Dios el pecado como bueno, tergiversando la verdad de Dios con la mentira con huecas sutilezas según teorías y filosofías de corrientes mundanas,  y honrando el pensamiento de los hombres por encima del pensamiento de Su creador, envanecidos en sus razonamientos, abandonados en las concupiscencias de sus corazones, depravados que no honran a Dios y ni siquiera sus propios cuerpos, con mentes reprobadas que hacen cosas que no convienen, llenos de maldad, envidia, injusticia, engaños, doble intención en todo lo que dicen y hacen, murmuradores, inventores de males, aborrecedores de sus padres y aborrecedores de las cosas santas de Dios, homicidios, y toda clase de máscaras, atesorando ira para el día del juicio justo de Dios.  (lease Romanos 1:22-32)

Desde el principio, el calumniador, Satanás ha engañado a los hombres haciéndoles creer que lo malo es bueno, y lo bueno es  malo. Por eso  Nuestro Señor Jesucristo llamó a Satanás el Padre de la mentira, el ladrón que solo viene para robar y matar y destruir (Juan 10:10). Eso éramos, hacedores de maldad, estuvimos engañados desde niños por el rey de este mundo, gobernador de la tinieblas, el príncipe de las mentiras. Cuando entra el pecado en nuestros corazones y lo contamina, como una lepra interior, destruye nuestra imagen y semejanza de Dios.

Nuestros padres por herencia fueron instrumento de estas legiones de maldad, alimentaron nuestra mente desde niños con mañas ingeniadas por el maligno, mentiras piadosas que se convirtieron en actos de desobediencia a Dios, de autosuficiencia, con el ego henchido, insuflado en el error.

Pero ahora nuestra tarea es tomar conciencia de ello, deshacernos de todas aquellas máscaras que adoptamos y nos arruinaron la vida, y renovar nuestra mente a imagen y semejanza de Dios, como Cristo nos enseñó.

Nuestra voluntad y conciencia fueron liberados por la sangre de Jesucristo derramada en la cruz, y recobramos la libertad que había en el Eden, con todo tipo de bendiciones disponibles para gozarnos en comunión con el Padre, recobramos nuestra capacidad de elección, para decidir si amar a Dios, el creador del Cielo y de la tierra o seguir la corriente de este mundo, siendo incrédulos, desagradecidos con Dios, con el alma endurecida y el corazón no arrepentido, desobedientes, sin ley (Romanos cap 1).

Porque para esto vino Jesucristo, el hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo (1 Juan 3:8b). Bienvenidos hermanos al reino de los cielos, al reino sin máscaras, donde Dios no se acordará nunca mas de nuestros pecados y transgresiones. Acerquémonos a Dios con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura (Hebreos 10:22) para que Dios ponga sus leyes en nuestros corazones y las escriba en nuestra mente, y podamos entrar diariamente al Lugar Santísimo por la Sangre de Jesucristo a pedir lo que queramos al Padre.

Que felicidad!.  Ahora tengo la libertad para elegir mi destino y la capacidad de despojarme de aquellas agobiantes máscaras y soy libre para vivir la vida plena y abundante que Dios diseñó para nosotros.

Quitarse la máscara es un acto de voluntad de los hijos de DIos. Es una decisión.

Jorge Alberto Coral

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